China, competencia y crecimiento
El desempeño chino es un factor de crecimiento que influye sobre casi todo el mundo. Ampliamente conocida es la estrategia de inversión que el país asiático ha instrumentado en África y América Latina. El destino de los recursos chinos fundamentalmente se ha vinculado con la extracción de materias primas y en una segunda instancia con el desarrollo de proyectos de infraestructura asociados al sector energético. Además, la consolidación de sus empresas ha permitido el inicio de una diversificación de inversiones. Los nuevos flujos van hacia la industria de manufacturas de otras naciones, y en conjunto todo ello ha dado como resultado una interacción comercial que por ejemplo impulsó el incremento del intercambio comercial de América del Sur con el país oriental, situación que le permitió sortear el periodo de crisis con menores sobresaltos que aquellas economías que han centrado su relación con los países desarrollados, particularmente con Estados Unidos y la Unión Europea.
La trascendencia de la economía china también puede observarse en el ascenso que tiene como socio comercial de Estados Unidos, Canadá, Japón y la Unión Europea. Un vistazo a la evolución de las exportaciones de China a todas estas naciones y regiones permite observar que prácticamente en todas ellas existe un patrón de aumento sostenido. Lo anterior se debe a la estrategia que las propias empresas trasnacionales han seguido para mudar sus inversiones y producción a favor de la nación asiática, sin embargo ello no es la única explicación. En los últimos años el florecimiento del mercado interno chino ha comenzado a ser atractivo para los productores internacionales. Si bien en términos de PIB per cápita China aún se encuentra lejos de los estándares para ser considerado como un país de ingreso medio, ello no exime que ciudades como Shangai ya tengan un nivel de vida similar al de algunas urbes europeas o norteamericanas.
Igualmente llamativo es el desarrollo de infraestructura que el gobierno chino realiza. Nuevos aeropuertos, puertos, caminos, trenes de alta velocidad, parques industriales y el propio crecimiento urbano que ello implica son una fuente de nuevos negocios para quienes han apostado por China. En este sentido puede entenderse que algunas naciones se encuentren más integradas a dicha dinámica, y que por lo tanto se vean beneficiadas por el progreso de una nación que hace sesenta años era predominantemente agrícola y en grandes regiones hasta con población nómada.
El mensaje que la integración de China con Estados Unidos, Canadá, Japón y la Unión Europea le envía a México es evidente, y versa sobre el hecho de que nuestro país se encuentra al margen de los beneficios del crecimiento económico oriental. Al estar supeditado a la evolución de la actividad productiva norteamericana, la irrupción de China ha sido un factor de competencia que ha marginado a México de las nuevas inversiones que durante la década de los años noventa disfrutó. En realidad el país hoy vive de lo ya establecido, de las reinversiones que realizan las empresas que siguen viendo al país como un lugar adecuado para sus exportaciones hacia América del Norte. Sin embargo esta inercia no es suficiente, ya que la falta de seguridad y el avance de otras economías obligan a modificar las estructuras que no están generando un crecimiento más vigoroso.
Los años por venir pondrán a prueba al modelo económico y social mexicano, su capacidad de adaptación al entorno global, en donde los polos de poder están cambiando. Pero de igual manera cuestionará si México es capaz de reactivar un mercado interno que fue sacrificado por una política económica que buscó alcanzar el crecimiento al supeditarse a los Estados Unidos y a un modelo de apertura que no implicó el desarrollo integral del país.
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